10 de Noviembre de 2025 - Día de la Tradición

En conjunción con la Biblioteca Macacha Güemes y con las Escuelas Cortazar y Jacques-Yves Cousteau de la ciudad de Salta.

La Tradición como Mecanismo Viviente de la Identidad Cultural

Para comprender la emergencia de la cultura, es estratégico partir de una premisa fundamental: la condición humana es, en su esencia, social. Nuestra naturaleza "bio-psico-social" nos impulsa ineludiblemente hacia la convivencia, y esta, para ser viable, exige la formulación de normas. En sus inicios, estas reglas se manifiestan como normas morales primarias, sustentadas en los valores acordados por el colectivo. Con el tiempo, y a medida que las sociedades crecen en complejidad, este entramado da origen a las normas legales, o leyes, que legitiman la existencia del estado. Este sistema de convenciones es, precisamente, lo que denominamos "cultura".

Sobre esta base, y a partir de la profunda necesidad humana de "disfrutar y ser felices", florecen las artes, embelleciendo la vida comunitaria en una relación recíproca entre el artista y su público. En teoría, este ciclo de dar y recibir impulsa un perfeccionamiento colectivo. Sin embargo, un análisis sociológico no puede ignorar que junto a esta búsqueda de armonía, en nuestra naturaleza también habitan la violencia, la discordia, el ansia de poder y la destrucción. Lo bueno y lo malo son constitutivos del ser humano. Por tanto, la cultura no solo surge como expresión de la creatividad, sino también como un andamiaje necesario para contener y mediar los conflictos inherentes a nuestra propia condición. Para que este sistema complejo y vital no se disuelva con el paso de una sola generación, requiere de un mecanismo que asegure su perpetuación a través del tiempo.

Elucidando el Concepto de Tradición: Más Allá de lo Transmitido

Para analizar el mecanismo de perpetuación cultural, es imperativo definir con precisión el término "tradición", un concepto a menudo malinterpretado. La confusión más común radica en equiparar el contenido transmitido —la cultura, el folklore, el conocimiento— con el canal a través del cual viaja. Distinguir entre el qué y el cómo es fundamental para nuestra comprensión.

Etimológicamente, la palabra deriva del latín TRADITIO, que a su vez proviene del verbo TRADERE, cuyo significado es transmitir. En términos conceptuales, esta es la idea central: la tradición es un mecanismo por el cual el conjunto de bienes culturales se transfiere de generación en generación. No es, por tanto, el objeto cultural en sí mismo, sino el proceso de su entrega. La tradición es el mecanismo, no el contenido.

Este mecanismo, a diferencia del comportamiento animal —cuyas conductas, como las de las hormigas, se repiten de forma idéntica—, es profundamente dinámico. Cuando la cultura heredada llega al campo de una nueva generación, esta la recibe, la interpreta y la confronta con los valores y visiones de su propio momento histórico. De esta fusión dialéctica entre el pasado y el presente surge una "neo-cultura", una versión renovada del legado recibido. Es esta capacidad de transformación lo que convierte a la tradición en un proceso vivo. Y es precisamente esta función como vehículo transmisor la que la vincula de manera inseparable con la construcción de la identidad.

Tradición e Identidad: La Dialéctica del "Nosotros" y "Los Otros"

La relación entre la tradición y la formación de la identidad, tanto individual como colectiva, es intrínseca y vital para la cohesión social. A través de este mecanismo, un grupo humano recibe e internaliza el acervo cultural que le permite definirse a sí mismo. La identidad, en este sentido, es "la definición de un pueblo": un conjunto de valores, creencias y sistemas de relaciones que constituyen un "nosotros" y le confieren sentido a la vida del núcleo social.

Este "nosotros" se constituye en una relación dialéctica con la alteridad, es decir, con "el aquellos". Ambas son construcciones intelectuales que se confirman mutuamente de forma lógica. A nivel comunitario, el principio es claro: "al sentirme identificado con una comunidad claramente puedo diferenciarme de otra". Este mismo proceso opera en el plano individual: "puedo identificarme con mi padre pero a la vez reconozco mis diferencias". La identidad y la alteridad no se anulan, sino que se necesitan para existir.

De este análisis se desprenden dos funciones principales de la identidad. La primera es la función de reconocimiento, que se manifiesta en la distinción y la singularidad de un grupo. La segunda es la posibilidad de opción, que permite a cada individuo identificarse y asimilarse a un grupo social determinado, internalizando su cultura, aunque algunos estudiosos afirman que esto no es posible. Este delicado equilibrio, sin embargo, se ha vuelto cada vez más frágil frente a las fuerzas disruptivas del mundo contemporáneo.

La Crisis de la Identidad en la Era de la Globalización

En la actualidad, la tradición enfrenta un desafío sin precedentes. La revolución de las comunicaciones ha provocado un cambio de paradigma que desestabiliza las bases sobre las cuales se construía la identidad. Las vías tradicionales de transmisión —oral y escrita— se ven hoy impactadas por "nuevos fenómenos comunicacionales globalizados".

El efecto más profundo de esta transformación es que la polaridad fundamental entre identidad y alteridad se desdibuja, diluyéndose en una "mundialización cultural híbrida". Este fenómeno ha dado origen a un nuevo ser humano, un sujeto "post-moderno" cuya principal característica es ser un "ente fragmentado y a la vez individualista". Este individuo sufre una profunda "crisis identitaria", producto de un proceso más amplio de cambios dislocantes que han erosionado los anclajes culturales que proveían seguridad y coherencia.

Frente a esta dislocación, surgen reacciones que buscan reafirmar lo particular. Asistimos a la "resucitación de viejas identidades étnicas, religiosas, raciales, culturales, territoriales". Si bien muchas de estas pugnas se basan en justas reivindicaciones, esta realidad exige una necesaria reflexión y estudio para separar la paja del trigo. En este contexto de crisis, la preservación del patrimonio no es un mero acto de nostalgia, sino una forma de resistencia estratégica frente a los cambios que nos dislocan.

El Patrimonio Cultural Folklórico como Anclaje y Respuesta

La preservación del "patrimonio cultural folklórico" representa una respuesta consciente para una sociedad "culturalmente avasallada, invadida, despojada y sobrepujada". Es un acto de reafirmación frente a la homogeneización.

El Patrimonio Cultural Folklórico se define como el conjunto de bienes que dan cuenta de una identidad enraizada en el pasado, con memoria en el presente y reinterpretada por las sucesivas generaciones. No se trata solo de objetos, sino de "saberes cotidianos, entramados sociales y convivencias diarias". Abarca oficios, músicas, bailes, comidas y rituales que, a pesar de su "escaso valor físico", poseen una "fuerte carga simbólica". Estos bienes, materiales e inmateriales, se construyen históricamente y otorgan un profundo sentido de pertenencia.

Para gestionar sanamente este patrimonio, lo sano en primer lugar sería ante todo reconocer la pluriculturalidad existente tanto en los medios urbanos como rurales. A partir de este reconocimiento, es crucial desechar dos visiones que obstaculizan su comprensión. Primero, la "vieja visión unitaria porteña" que forjó una imagen de la nación monocromáticamente homogénea y eurocéntrica. Segundo, la falsa polaridad que opone una sociedad "blanca" y "moderna" a otra "bárbara" y "tradicional", así como el "doble discurso" que celebra la diversidad en la teoría mientras la niega en la práctica.

Como observó Mercer (1990: 43), la identidad "sólo constituye un problema cuando está en crisis, cuando algo que se asume como fijo, coherente y estable es desplazado por la experiencia de la duda y la incertidumbre". En estos momentos, el patrimonio cultural folklórico actúa como la esencia de la identidad, reforzando el "sentido de uno mismo" y proporcionando un anclaje fundamental.

Conclusión: El Ser Humano entre lo Universal y lo Singular

En definitiva, la TRADICIÓN se revela no como una reliquia inerte, sino como un mecanismo vivo de transmisión; una expresión colectiva y simbólica que permite una sana relación hombre–sociedad–naturaleza y mantiene vigente el sentimiento de pertenencia común. Es a través de sus ritos y saberes que una comunidad se percibe a sí misma, tejiendo lazos entre el pasado, el presente y el futuro. Nos permite navegar la compleja naturaleza de la identidad humana que, como tan lúcidamente encapsuló Greiger, se forma en la intersección de lo universal, lo grupal y lo irrepetiblemente individual.

"Todo hombre es, en ciertos aspectos: 1° como todos los demás, 2° como algunos otros; 3° como nadie".

 

 

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